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Patricio Aylwin Azócar: Se fue el gran hombre de la transición

Patricio Aylwin Azócar: Se fue el gran hombre de la transición

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En su ejemplar trayectoria dio las más altas pruebas de honestidad y ecuanimidad políticas y humanas. Fue clave en la recuperación de la democracia y concilió las posturas antagónicas que en algún momento hicieron peligrar el proceso.

Patricio Aylwin Azócar: Se fue el gran hombre de la transición
Miércoles 20 de abril de 2016 08:08
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Por Alejandro Darío Molina

Se ha ido el último gran prócer de la Democracia Cristiana y, también, el más importante político de la transición de la dictadura a la democracia. Porque Patricio Aylwin Azócar estuvo como principal protagonista en los dos momentos culminantes de la historia del Chile contemporáneo.

Primero, en medio del controvertido gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, lideró la oposición desde su cargo de senador y presidente de la Democracia Cristiana, a la sazón el partido más importante del país. Y segundo, encabezó la campaña del No en el plebiscito de 1988 y un año más tarde fue elegido Presidente de la República, recibiendo de manos del general Pinochet, tras 16 años y medio de dictadura, la banda y la piocha presidenciales. Esa instancia, dadas las particularidades de uno y otro, es única en la historia política de Chile y el mundo.

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A través de los años transcurridos desde el retorno a la democracia, la figura política y humana de Patricio Aylwin se ha ido agrandando significativamente. Ya nadie discute que fue el mejor hombre para gobernar a Chile tras la dictadura de Pinochet y la administración de la Fuerzas Armadas y de Orden. Nadie discute tampoco que el suyo fue un buen gobierno, necesario para los tiempos que corrían y con las heridas frescas de la gestión autoritaria y la secuela de las violaciones a los derechos humanos.

Sin embargo, destacan con nítidos fulgores su singular ecuanimidad y su no menos ejemplar honestidad, de las cuales dio numerosas pruebas.

El 26 de agosto de 1973, declaró a "The Washington Post": "Si me dieran a elegir entre una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda". Estas palabras fueron afianzadas el 17 de septiembre, ya producido el golpe de Estado, al decir que "el gobierno de Allende había agotado, en el mayor fracaso, la 'vía chilena hacia el socialismo', y se aprestaba a consumar un autogolpe para instaurar por la fuerza la dictadura comunista (...) Hasta la última quincena conversamos con el Presidente Allende y su gobierno en busca de las rectificaciones indispensables para salvar a Chile del quiebre institucional y del desastre económico. Nuestros esfuerzos no encontraron acogida seria y su fracaso condujo a la intervención militar, que las Fuerzas Armadas y Carabineros no buscaban y que contradecía todas sus tradiciones".

Desde luego, en ese momento aún no se conocían las verdaderas dimensiones que alcanzaron las violaciones a los derechos humanos, pero no se puede desconocer la honestidad de ese juicio de Aylwin. Como otro juicio muy consecuente, cuando declaró al diario "El País", de Montevideo: "Allende terminó demostrando que no fue buen político, porque si hubiera sido buen político no habría pasado lo que le pasó (...) hizo un mal gobierno, que cayó por las debilidades de él y su gente".

En 1994, en un discurso pronunciado en la Universidad de la Sorbonne, al recibir el nombramiento de "Doctor Honoris Causa", no tuvo ambages de ningún tipo para reconocer: "Más de 3.000 personas fueron asesinadas y desaparecieron. Decenas de miles salieron al exilio, sufrieron prisión o fueron víctimas de arbitrariedades (...) Fue la peor tragedia de la historia de Chile".

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Pero esto no era otra cosa que reafirmar su inclaudicable sentido de la honestidad. Apenas asumido como Presidente de la República, convocó a la llamada Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Esa fue una prueba de valentía política y humana, porque debió aceptar a Pinochet en la Comandancia en Jefe del Ejército y la sombra del golpe rondó más de una vez en los primeros años de la vuelta a la democracia. El "ejercicio de enlace" y el "boinazo", provocados por los "pinocheques" del hijo mayor de Pinochet, fueron señales que intranquilizaron al gobierno de Aylwin.

Pero el estadista supo manejar las situaciones con un criterio difícil de igualar. Aquella frase inmortal en su significado, "justicia en la medida de lo posible", fue el sello de sus cuatros años de mandato popular, conciliando las posturas de una izquierda que presionaba por un juicio a los militares y unas Fuerzas Armadas inquietas frente al informe evacuado por la Comisión Rettig. Y Aylwin fue capaz de pedir perdón al país, con la voz quebrada de emoción, por esas violaciones a los derechos humanos. Pero aquello de "en la medida de lo posible" no fue del agrado de la izquierda, aunque sí de la derecha y en alguna medida dio cierta tranquilidad a Pinochet y el Ejército.

La ecuanimidad, el otro rasgo sobresaliente, jalona su gobierno y su vida pública posterior. En mayo de 1994 reconocía al diario "El País": "Tal vez la permanencia de Pinochet (en la Comandancia en Jefe del Ejército) ha ayudado a la estabilidad del proceso (de transición a la democracia) (...) La imagen del general Pinochet con la que salí de la Presidencia, de su conducta durante mi gobierno, no es la que pude temer cuando asumí el cargo". Y pudo reconocer que en el gobierno militar "no todo fue negro" y destacar obras como "las reformas económicas de saneamiento, liberalización y apertura de la economía chilena".

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En marzo de 1997, entrevistado por el diario mexicano "Excelsior", dijo que "todos tuvimos la culpa, todos tenemos responsabilidades a partir de lo ocurrido en 1973. ¡Es que tuvimos una visión errónea de lo que eran los militares chilenos! (...) en esa época yo actué honradamente y de acuerdo con mi conciencia, pero reconozco que me equivoqué medio a medio (...) y así como me equivoqué yo, nos equivocamos muchos".

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La historia recordará a Patricio Aylwin como el hombre de la transición, pero gran protagonista siempre, por más de 20 años, desde los días de oposición a la Unidad Popular, luegosu lucha y liderazgo contra la dictadura, la campaña y triunfo del No, hasta su advenimiento a la Presidencia de la República.

También se le recordará su perenne sonrisa, no importa lo tensas que pudieran ser esas tantas situaciones complicadas que vivió en los hitos más trascendentales de nuestra política contemporánea.

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