
El reciente ajuste ministerial, el sexto en tres años de gestión, refuerza la percepción de un Ejecutivo en su etapa final. Analistas coinciden en que los cambios buscan sostener la gobernabilidad más que impulsar transformaciones de fondo.
El reacomodo ministerial reavivó el debate sobre el desgaste del Gobierno en su recta final y la instalación del llamado “síndrome del pato cojo”, concepto que alude a la pérdida progresiva de influencia de un Ejecutivo en los últimos meses de mandato, en medio de la cercanía de las elecciones presidenciales y parlamentarias.
Casos anteriores refuerzan esta lectura. En 2017, Michelle Bachelet enfrentó la salida de sus ministros de Hacienda y Economía tras la controversia por el proyecto Dominga. Y en 2021, Sebastián Piñera vio reducida su capacidad de maniobra política luego del estallido social y en plena pandemia, gobernando con un equipo distinto al que lo acompañó en sus primeros años.
Para Jaquelin Morillo, académica de la Universidad San Sebastián, los últimos cambios dejan en evidencia una merma en la capacidad política de La Moneda: “Las recientes salidas en carteras estratégicas reducen la capacidad del Ejecutivo para sostener la agenda de reformas y aumentan los costos de coordinación política. En la fase final de un mandato, la ventana legislativa se contrae y la dificultad de sostener mayorías estables se incrementa”.
Tomás Duval, analista de la Universidad Autónoma, coincide en que el golpe más duro fue la partida de Marcel: “Su salida instala la idea de que el Gobierno está en fase terminal y sólo administrando el tiempo hasta marzo de 2026. El riesgo es cometer errores que profundicen aún más la debilidad política”.
Cristóbal Bellolio, académico de la UAI, apunta a un fenómeno transversal: “Al final de los mandatos la energía política y mediática se desplaza hacia las elecciones y la sucesión. Los presidentes se quedan un poco solos, con elencos distintos a los que comenzaron”.
El desafío de Boric, advierten los expertos, será contener riesgos y sostener la gobernabilidad más que impulsar transformaciones. En la práctica, la administración deberá concentrarse en gestionar expectativas y asegurar continuidad institucional, mientras el mundo político y la opinión pública ya giran hacia el escenario electoral de 2025.
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