Los desacuerdos entre palestinos e israelíes comenzaron incluso antes de la fundación del Estado de Israel en 1948.
El conflicto entre Israel y los palestinos vive desde hace un mes uno de sus momentos más terribles y hoy, con miles de muertos y sin un final claro a la vista, la paz parece más lejana que nunca.
La incursión de Hamás en territorio israelí el pasado 7 de octubre y la respuesta militar que esta incursión generó por parte de Israel en la Franja de Gaza volvió a poner este territorio en el ojo de la tormenta.
Pero los desencuentros entre palestinos e israelíes no son nuevos y los obstáculos para llegar a acuerdos que pongan fin a este intrincado conflicto han existido por décadas.
Las fronteras de Israel y del futuro Estado palestino, el estatus de Jerusalén, el retorno de los refugiados, la repartición del agua o el uso de la violencia como arma política han sido, desde el principio, algunos de los principales escollos que han impedido avanzar en una propuesta de paz.
En los últimos años, la expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania, así como las divisiones en el bando palestino y la falta de voluntad política en ambos actores se han sumado a las dificultades que hacen cada vez más difícil la posibilidad de dos estados -uno palestino y uno israelí- conviviendo en paz.
Cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo en 1993, había unos 110.000 colonos israelíes en Cisjordania y unos 140.000 en Jerusalén Este.
El asunto de los asentamientos sería algo que debía ser solucionado más adelante, pero los acuerdos que Israel y la Organización para la Liberación Palestina (OLP) firmaron prohibían la construcción de nuevas colonias.
Treinta años después, más de 700.000 israelíes viven en unos 300 asentamientos en los territorios palestinos, entre Cisjordania (medio millón) y Jerusalén Este (unos 200.000), según cifras de B’Tselem, el Centro Israelí de Información para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados.
“La continua expansión de los asentamientos ha sido realmente un obstáculo para la paz, no solo por la cantidad de asentamientos que tendrían que ser evacuados, sino porque los palestinos lo interpretan como un signo de que los israelíes no están realmente interesados en permitir el establecimiento de un Estado palestino”, argumenta a BBC Mundo Dov Waxman, director del centro Y&S Nazarian de Estudios sobre Israel de la Universidad de California.
Tras el armisticio de 1949, que puso fin a la guerra entre Israel y sus vecinos árabes, la conocida como Línea Verde sirvió para delimitar de facto el territorio de Israel de los territorios palestinos. La Línea Verde separa Jerusalén en dos y demarca Cisjordania y Gaza.
Durante la Guerra de los Seis Días en 1967, Israel anexionó Jerusalén Este y ocupó Gaza y Cisjordania, donde los sucesivos gobiernos israelíes han construido asentamientos judíos, ignorando la Línea Verde.
En 2005, Israel desmanteló las colonias de Gaza y se retiró de la Franja.
Todos estos asentamientos son, según el derecho internacional, ilegales.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha reafirmado que los asentamientos construidos por Israel en los territorios palestinos ocupados desde 1967, incluidos aquellos de Jerusalén, son “una violación flagrante del derecho internacional y un obstáculo importante la visión de dos Estados que vivan uno al lado del otro en paz y seguridad, dentro de unas fronteras reconocidas internacionalmente”.
Israel no lo ve así y considera que todos los asentamientos que tienen autorización son legales.
“La construcción de asentamientos empezó apenas dos meses después de la guerra de 1967, y se ha producido bajo todos los gobiernos israelíes, sin importar su inclinación política”, explica a BBC Mundo Eyal Hareuveni, investigador de B’Tselem a cargo del asunto de los asentamientos.
Incluso hoy, mientras Israel está centrado en la guerra de Gaza, argumenta el investigador israelí, se están construyendo puestos de avanzada, también conocidos como outposts, “que es como Israel llama a los asentamientos desde los Acuerdos de Oslo”.
Estos puestos de avanzada a menudo empiezan con una caravana o una casa prefabricada que, con el tiempo, acaba convirtiéndose en un asentamiento estable. Frecuentemente son instalados en terrenos privados palestinos.
Según B’Tselem, los outpost, al igual que el resto de colonias, “cuentan con el apoyo del gobierno israelí, son protegidos por el ejército israelí y son conectados a la red eléctrica y de saneamiento por las empresas israelíes de infraestructuras, todo a costa de los contribuyentes israelíes”, denuncia Hareuveni.
Los asentamientos pueden ser desde grandes núcleos urbanos, como los que se encuentran en Jerusalén Este, hasta pequeñas aldeas incrustadas en lo más profundo de Cisjordania.
Cisjordania, explica a BBC Mundo Elham Fakhro, investigadora asociada de Chatham House, se ha convertido en una especie de “queso suizo”, en el que se mezclan “bolsillos de tierra palestina que están salteados de asentamientos”.
Estos “bolsillos” en los que viven 5,3 millones de palestinos, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), se han quedado desconectados unos de otros, impidiendo a menudo a los vecinos acceder a sus propios campos de cultivo, señala Fakhro, o dificultando sus vidas con los numerosos controles militares instalados en sus carreteras, que convierten el menor desplazamiento en una empresa de horas.
Los Acuerdos de Oslo II dividieron Cisjordania en tres zonas: la A, que engloba las zonas urbanas palestinas y que debía estar bajo control civil y policial de la Autoridad Nacional Palestina (ANP); la B, bajo control civil palestino y militar israelí, y la zona C, con pleno control militar y civil israelí y que supone en torno al 60% del territorio. Es ahí donde se encuentran los asentamientos.
Los palestinos y organizaciones como B’Tselem o Peace Now denuncian que Israel apenas concede permisos de construcción en la zona C a palestinos, mientras que permite la proliferación de los asentamientos judíos.
A esto se suma que en torno al 20% del territorio de Cisjordania, en su gran mayoría en el valle del Jordán, donde se encuentran las fuentes de agua de la región, han sido designadas por Israel como zonas de tiro para entrenamientos militares, donde los palestinos tienen prohibida la entrada.
Para una parte de los israelíes, argumenta Khaled Abu Toameh, investigador de Asuntos Palestinos del Centro Jerusalén para Políticas Públicas, los asentamientos pueden ser un obstáculo para la creación de un Estado independiente y soberano palestino, pero no un obstáculo para la paz:
"No vimos que se hiciera la paz entre Israel y Gaza cuando Israel destruyó 27 asentamientos y sacó a 8.000 judíos de sus casas en la Franja (en 2005)”, dijo el investigador a BBC Mundo.
Para alcanzar la paz hay que buscarla, y a menudo las divisiones y la falta de voluntad política, tanto por la parte israelí como por la palestina, ha sido uno de sus principales obstáculos.
El movimiento nacional palestino se encuentra dividido desde la creación de la organización islamista Hamás en 1987, que debilitó la posición hegemónica de la OLP de Yasir Arafat, encolumnada en la agrupación Fatah.
Cuando Hamás -que cuenta con un brazo armado, las Brigadas Ezzeldin al Qassam- ganó las elecciones parlamentarias para la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en 2006 y acabó por hacerse con el control de la Franja de Gaza tras un enfrentamiento armado contra Fatah, la división de los palestinos se exacerbó.
Hamás quedó gobernando Gaza, mientras que la ANP, dominada por Fatah, mantuvo el control de Cisjordania. Desde entonces no se han repetido elecciones y un Mahmud Abbas, el presidente de la ANP, sigue en el cargo.
“Se perdió una oportunidad para la paz cuando Hamás ganó las elecciones e intentó formar un gobierno de coalición con Fatah, algo que fue rechazado por Occidente, y que ahondó la separación de los palestinos”, argumenta a BBC Mundo el historiador Rachid Khalidi, que ostenta la cátedra Edward Said de Estudios Árabes de la Universidad de Columbia.
Hamás es considerada una organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea.
Israel se niega a negociar con Hamás y Hamás con Israel, al que no reconoce, “y esto ha paralizado las negociaciones”, a pesar de que exista la ANP con la que Israel podría trabajar, explica Elham Fakhro.
El viraje de la política israelí, con gobiernos cada vez más a la derecha, también ha complicado la vuelta a las negociaciones.
El actual gobierno, el más derechista de los 75 años de la historia de Israel, ha permitido la llegada al poder del Partido Sionista Religioso, una alianza supremacista judía con quien ha negociado el Likud de Benjamín Netanyahu. Sus ministros creen que Israel debería anexionarse Cisjordania.
La postura de Estados Unidos y de los gobiernos árabes en los últimos años, también ha afectado al proceso de paz, según los analistas.
“Desde el presidente Donald Trump, en lugar de negociar con los palestinos, Estados Unidos se ha centrado en trabajar con otros países árabes para promover la normalización de las relaciones con Israel a través de los Acuerdos de Abraham”, argumenta Elham Fakhro.
Estos acuerdos, firmados por Marruecos, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, cambiaron la tendencia de los países árabes, que tradicionalmente se habían negado a establecer relaciones diplomáticas con Israel hasta que se alcanzara un acuerdo de paz con los palestinos. En los últimos meses, Arabia Saudita e Israel también estaban negociando un acercamiento.
“Esta era la tendencia hasta el 6 de octubre (el día antes del ataque de Hamás y la respuesta israelí sobre Gaza)”, señala Rashidi. Desde entonces, la opinión pública de los países árabes ha forzado un giro en muchos de sus gobiernos.
La espiral de violencia en la que se ha sumido la región no solo ha sido consecuencia de la incapacidad para alcanzar un acuerdo de paz, sino un obstáculo para la misma.
Para Dov Waxman, el proceso de paz se ha visto muy afectado por la acción de los “saboteadores”, aquellos que con la violencia han hecho todo lo posible por descarrilarlo.
Por una parte está Hamás, “que en los años 90, por ejemplo, fue muy eficaz en el uso del terrorismo contra los israelíes, con ataques suicidas, para socavar el apoyo israelí al proceso de paz y que de alguna forma ayudó a elegir a Netanyahu”, y por otra parte los colonos extremistas, “quienes también jugaron un papel, como cuando un colono masacró a 29 palestinos en Hebrón en 1994”, explica el profesor de la universidad de California.
El último año ha sido el más mortífero para los palestinos de Cisjordania, con un aumento de los casos de violencia de los colonos, “que se encuentran entre los elementos más extremistas de la sociedad israelí, que consideran que toda Cisjordania les pertenece por derecho”, sostiene la investigadora de Chatham House.
Desde el pasado 7 de octubre se han multiplicado estos ataques, en los que han muerto, según cifras de la ONU, 158 palestinos, entre ellos 45 niños.
Para la derecha israelí, sin embargo, el uso continuado de la violencia por parte de las milicias palestinas, ha sido el principal obstáculo para la paz.
“Se ha producido entre los palestinos una deslegitimación de Israel y una demonización de los judíos, que han llevado a cabo una enorme campaña de incitación contra Israel, tanto desde Hamás como desde la Autoridad Palestina”, argumenta Khaled Abu Toameh.
Hamás, añade el analista del think tank israelí, “ha destruido el proyecto nacional palestino y las aspiraciones para una solución de dos Estados, ya que ha mandado un mensaje a los judíos israelíes de que los palestinos no están realmente interesados en la paz”.
El pasado 7 de octubre, Israel sufrió su mayor masacre desde su fundación hace 75 años, cuando milicianos de Hamás se introdujeron en territorio israelí y mataron a más de 1.400 personas, en su mayoría civiles, y secuestraron a 245.
En represalia, Israel lleva más de un mes bombardeando Gaza, donde han muerto hasta la fecha más de 10.000 personas, también civiles la mayor parte de ellos.
“Los miedos judíos no son exagerados o injustificados”, valora Abu Toameh, “es muy difícil convencer a los israelíes de volver a las fronteras de antes de 1967 porque son fronteras indefendibles. ¿Nuestros socios en Cisjordania, la OLP y Mahmud Abbas nos van a dar garantías? ¿No vamos a tener a Irán o a Hamás o a la Yihad Islámica dominando desde lo alto de las colinas el aeropuerto de Ben Gurion (en Tel Aviv)?”.
En ambas partes “los maximalistas y aquellos que rechazan la paz han acaparado más poder, y los moderados y aquellos a favor de un compromiso territorial se han visto debilitados”, lamenta Dov Waxman.
Tanto el estatus de Jerusalén como el retorno de los millones de refugiados palestinos han sido otros dos de los puntos en los que han encallado históricamente las conversaciones de paz.
La Línea Verde dividió la ciudad santa, cuna de algunos de los lugares más sagrados de las tres grandes religiones monoteístas, con el oeste en Israel y el este en los territorios palestinos.
En la guerra de 1967, sin embargo, Israel se apoderó de la parte este y desde entonces se encuentra bajo dominio israelí, que la considera su capital indivisible. Los palestinos también la reivindican como la futura capital de un Estado propio.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de acuerdo con el consenso internacional, ha declarado nula esta anexión en numerosas ocasiones. La enorme mayoría de los países que tienen relaciones con Israel han instalado su embajada en Tel Aviv.
Este consenso se rompió, sin embargo, cuando el entonces presidente de EE.UU., Donald Trump, reconoció oficialmente a finales de 2017 Jerusalén como la capital de Israel, y ordenó el traslado de la embajada desde Tel Aviv al año siguiente.
Varios países más pequeños, entre ellos Guatemala, Honduras y Paraguay, siguieron sus pasos, aunque desde entonces varios de ellos han revertido su decisión.
Jerusalén Este es uno de los lugares con un mayor número de asentamientos judíos, que Israel ha construido a modo de auténtica muralla defensiva de la ciudad.
El otro punto histórico de desencuentro es el reclamo palestino de que puedan regresar los refugiados en los países vecinos y sus descendientes, que la UNRWA cifra en 5,9 millones, que se ha topado desde el principio con el rechazo de Israel.
Unos 750.000 huyeron o fueron expulsados de sus hogares cuando Israel proclamó su independencia hace 75 años y los vecinos árabes le declararon la guerra. Otros 300.000 fueron desarraigados durante la guerra de 1967.
Para Israel, que cuenta con 9 millones de habitantes, el retorno de los refugiados supondría el fin de su existencia como Estado mayoritariamente judío.
El derecho de retorno de esos desplazados fue ratificado por la resolución 194 de Naciones Unidas, aprobada el 11 de diciembre de 1948.
Pero en Oslo, la discrepancia sobre el retorno de los refugiados fue una de las razones que atascaron las negociaciones y hoy, analizan expertos como Elham Fakhro, “es un objetivo que está muy lejano porque hay asuntos más urgentes, como las fronteras, los asentamientos o el agua”.
A pesar de ello, su situación es precaria en muchos países donde se asentaron. “Los refugiados que se fueron, por ejemplo a América Latina fueron integrados como ciudadanos, pero en países como Líbano, Jordania o Siria aún viven en campos de refugiados y sin derechos plenos, por lo que siempre esperaron poder volver”, explica la investigadora de Chatham House.
La solución de dos Estados, uno israelí y otro palestino que vivan en paz como vecinos, sigue siendo el objetivo que la diplomacia internacional continua defendiendo en sus discursos públicos.
En las últimas semanas, personalidades como el presidente de EE.U. Joe Biden o el papa Francisco han vuelto a referirse a la idea de los dos Estados como una futura solución al conflicto, que ha entrado en el último mes en su punto más bajo en décadas.
Las encuestas de opinión, argumenta Dov Waxman, siguen demostrando que la solución de los dos Estados es aún la preferida entre palestinos e israelíes.
Sin embargo, para el profesor de la universidad de California, la situación en Cisjordania, con cientos de miles de colonos incrustados en lo más profundo del territorio, hace muy improbable que un gobierno israelí llegara algún día a tomar la decisión de desalojar esos asentamientos para favorecer el compromiso de los dos Estados.
“En los últimos 55 años se han creado hechos irreversibles sobre el terreno”, defiende Khaled Abu Toameh. “Israel no puede devolver el 100% de lo que tomó en 1967 porque la realidad sobre el terreno no lo permite, y ningún líder palestino aceptará menos del 100%”, argumenta el investigador.
La mayoría de los palestinos no contempla otra solución que no sea tener un Estado propio, idea que comparte gran parte de la comunidad internacional.
Cuando se habla de una solución de dos Estados, Israel y los palestinos se han referido a dos cosas distintas, explica Rashid Khalidi.
Mientras que los palestinos han buscado “un Estado soberano, con control sobre sus propias fronteras, espacio aéreo y con un territorio contiguo”, Israel siempre se ha referido, según el historiador, “a una cuasi Estado con autonomía bajo control de seguridad israelí”.
“Apenas queda tierra donde se pueda construir un Estado”, estima Elham Fakhro.
Para muchos hoy, lamenta la investigadora, “la idea de los dos Estados es como una bonita fantasía del pasado”.
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PURANOTICIA // BBC MUNDO