
Un joven estudiante de un tradicional liceo viñamarino de tan solo 16 años es apuñalado en pleno centro de la Ciudad Jardín, a pocos metros de su colegio. Esta es la primera información que llegó hasta nuestra sala de redacción. Lo primero que se nos viene a la mente es un asalto, un robo. Rápidamente comienzan a reportarse distintas hipótesis. Intento de asalto, otros dicen querían robarle el celular, pero lentamente aparece el más horrible de todos los escenarios: el autor del apuñalamiento sería otro menor y lo que es peor, sería un ex estudiante del propio liceo.
Los minutos pasan y el dolor de la comunidad escolar aumentan considerablemente cuando se conoce que el joven de 16 años apuñalado muere, pierde la vida y ahora la noticia comienza a consternarnos, pero al mismo tiempo mostrando la dura realidad que viven nuestros jóvenes y adolescentes.
Vemos como niños insultan a sus profesores. Como se perdió el respeto. Vemos como niños hacen portonazos. Vemos como adolescentes son integrantes de bandas criminales. Vemos como jóvenes suben videos y fotos a redes sociales mostrándose armados y con grandes cifras de dinero. Vemos en plena Ciudad Jardín como un ex compañero habría apuñalado a un joven y le dio muerte en plena calle, a tan solo cuadras del colegio.
Pero también existe otro denominador común entre estos niños, jóvenes, adolescentes o verdaderos delincuentes a esta hora: ellos no van al colegio. De hecho, quien se presume que fue el agresor de la muerte del joven del liceo Guillermo Rivera había dejado de asistir al mismo colegio.
En otras palabras, la deserción escolar es sinónimo de delincuencia. Un niño que no va al colegio es el más seguro delincuente que mañana o pasado será protagonista de una crónica policial o de un hecho tan deleznable como del que fuimos testigos en Viña del Mar.
¿Por qué nuestros niños no están yendo a clases? Es la pregunta a responder. ¿Qué estamos haciendo para bajar la deserción escolar? Qué estamos haciendo por la salud mental de nuestros niños. ¿Qué habrá pasado por la cabeza de aquel joven a la hora de generarle tres certeras puñaladas a otro niño como él de tan solo 16 años?
Nuestros jóvenes son el resultado de la sociedad que hemos criado en las últimas décadas. Esto no es delincuencia, esto no era un asalto, esto fue una pelea, una riña dirían, que quizás pudo haber sido evitada con una discusión, una conversación o con una simple buena educación.
Tenemos dolor de lo sucedido en Viña del Mar, pero también es necesario preguntarnos qué tan responsable somos como sociedad al no saber detectar con tiempo y ocuparnos de nuestros jóvenes, de saber qué les pasa, qué sucede con ellos, qué están pensando, qué les duele, qué dolores tienen o simplemente abrazarlos y entregarles ese amor que puede detonarles esa rabia que hoy termino con la vida de un niño, porque eso era: un niño apuñalado frente a nuestras narices.