Luis Felipe Correa Gutiérrez era un joven de 19 años con un futuro prometedor por delante. Estudiante de Sociología de la Universidad de Chile y oriundo de San Bernardo. El 21 de agosto pasado este joven desapareció. Una de sus últimas ubicaciones lanzadas por su teléfono lo situaba en Viña del Mar, específicamente en avenida Perú con calle 6 Norte, en pleno borde costero. 76 días después su propia Universidad comunica de su muerte. Cuando se conoció la causa, nos dimos cuenta que era una víctima más de la silenciosa “pandemia” del suicidio.
Este joven el mismo día que su familia reportaba su desaparición había tomado la trágica determinación de acabar con su vida y lanzarse al Metro de Santiago.
La conducta suicida es un problema de salud pública mundial, particularmente en adolescentes, siendo una de las principales causas de muerte en este grupo etario. En Chile, el suicidio adolescente ha aumentado alarmantemente en las últimas décadas, destacándose factores psicológicos, clínicos y sociofamiliares como elementos clave.
La principal causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años en Chile es el suicidio. Le siguen los siniestros de tránsito como la segunda causa más común de muerte en este grupo etario.
Las trágicas cifras de Chile y Latinoamérica muestran además una segunda realidad. Por ejemplo, 2,6 mujeres por cada 100 mil toman la decisión de suicidarse. Sin embargo, esta cifra en los hombres es 5 veces mayor llegando a 11,2 hombres por cada 100 mil.
La mayor prevalencia de intento de suicidio se dio en los estudiantes con alguna enfermedad mental como depresión o ansiedad, y en aquellos que alguna vez fueron forzados o presionados a tener contacto sexual.
Las dos primeras, depresión y ansiedad, son las mismas que llevan a los jóvenes entre 15 y 29 años a tomar fármacos, por ejemplo. Hoy, estás dos causales que llevan a nuestros hombres a tomar esa drástica decisión pasa por tener un control más adecuado de la propia autoestima de ellos. Hoy la competencia del mundo juvenil, las luchas de las popularidades y el miedo inclusive al ridículo o a las funas pueden despertar cuadros depresivos o ansiosos que lamentablemente pueden terminar en un suicidio.
Por eso es tan relevante ocuparnos de la salud mental de nuestros jóvenes. Primero son las familias los llamado justamente a reforzar en nuestros adolescentes conceptos como la resiliencia, ayudar a nuestra juventud a tener habilidades para manejar el estrés. Tener la capacidad de hablar abierta y honestamente sobre las emociones, mantener una conexión social saludable.
Imaginemos por ejemplo el estrés que puede sufrir un niño o niña al momento de dar su PSU. En solo horas será medido para quizás decidir el futuro. Si ese no es un cuadro de estrés mayor, ¿qué es?
Es un dolor no menor reconocer estas cifras. Que el suicidio sea la mayor causa de muerte en nuestros jóvenes es señal que nosotros, los más grandes, estamos haciéndo algo mal. Sino es la familia, es justamente el Estado y sus políticas de cuidados las que también se ponen en duda. Luis Felipe Correa Gutiérrez es una víctima más de aquello. Este joven que estuvo en Viña del Mar solo por minutos antes de tomar una trágica determinación, pudo quizás haber sido protagonista de un cuadro de salud mental no advertido. “La esperanza es ser capaz de ver la luz a pesar de toda la oscuridad”. Es nuestra responsabilidad como país cada vez que un joven toma la decisión de atentar contra su vida.