Michelle Ravell se emociona al recordar el infierno vivido allá y la dramática situación que siguen padeciendo miles de personas.
Pocas horas después de regresar a México desde Gaza, la enfermera Michelle Ravell se emociona al recordar el infierno vivido allá y la dramática situación que siguen padeciendo miles de personas.
“Las cirugías se están haciendo en el suelo. No hay medicamentos para aliviar el dolor. Hay gente que está siendo amputada con un poco de paracetamol. Es indescriptible esta situación, es verdaderamente terrorífico”, relata.
Llegó a la Franja hace solo dos meses junto a Médicos Sin Fronteras (MSF) cuando el inicio de la guerra el pasado octubre entre Hamás e Israel hizo saltar todos sus planes por los aires.
La incertidumbre y el caos se apoderaron de todo. Siguió trabajando aunque sintió su muerte de manera “inminente”, hasta el punto de llegar a despedirse de su familia en el estado mexicano de Veracruz.
Fue la pasada semana cuando logró salir del país, aunque no descarta regresar en cuanto se recupere física y psicológicamente.
Por ahora, exige la entrada de ayuda humanitaria urgente y pide desde México no permanecer indiferentes ante el asesinato de miles de personas, pese a que la tragedia se esté registrando a miles de km de distancia. “Es una masacre”, repite en varias ocasiones.
En conferencia virtual desde Ciudad de México, Ravell compartió su dura experiencia con varios medios entre los que se encontraba BBC Mundo. Este es un extracto de su relato.
Decidí estudiar enfermería porque desde pequeña me apasionaba cuidar de los demás. Me parece fascinante restaurar la salud de alguien y ayudar un poco, porque hay demasiadas enfermedades y sufrimiento.
Muy joven fui jefa de enfermeras en un hospital privado en la Ciudad de México. Pero un día vi las vacantes de MSF y pensé que había más para mí, que había mucho lugar donde trabajar.
Con ellos he estado trabajando en diferentes proyectos en México y otros internacionales como en Sudán del Sur, en un proyecto de desnutrición. Allí vi niños morir en mis manos, pero no en esta magnitud [como en Gaza]. No se morían diez, mil niños al día. Gaza es una masacre.
Allí llevaba dos meses de misión como coordinadora de actividades de enfermería. Fortalecíamos un centro de atención primaria que MSF renovó. Dábamos formaciones, acomodábamos los equipos y ayudábamos a establecer un área de urgencias.
La población es bella y me recibió con los brazos abiertos. Era una maravilla que la gente compartiera su cultura conmigo y yo les compartía cómo era México, apreciábamos las diferencias. La gente era siempre amable y me trataban de levantar ánimos porque sabían que tenía a mi familia lejos. Son personas empáticas y valientes.
Pero este conflicto no salió de la nada. Ya desde antes, yo todos los días escuchaba el sonido de drones y había muchas luchas en las fronteras, porque era un gran problema entrar y salir de Gaza.
Los palestinos vivían en una jaula con la incertidumbre diaria de no saber qué va a pasar y cuándo. Porque lo único que sí era seguro era que iba a pasar algo terrible. Ese era el día a día en Gaza.
Hasta que los ataques comenzaron un sábado por la mañana.
Yo estaba durmiendo, era mi día de descanso. A las 6:30 horas empezamos a escuchar los bombardeos. Fueron dos horas oyendo drones, jets, miles de cosas.
Gaza era una ciudad muy poblada, demasiado poblada. Antes, en las mañanas se escuchaba el ruido de los carros y las personas. Pero ese día no se escuchaban ni las aves.
Los bombardeos se hicieron más y más fuertes. Siguieron el domingo, el lunes… cada vez más intensos. No era solo el ruido que llegaba, era la sensación de que derribaban edificios cerca de nosotros, donde la presión atmosférica en el cuerpo se sentía. Es como si te aventaras a una alberca [piscina] llena de hielo.
MSF se movilizó y llevamos material a diferentes hospitales. El personal siguió trabajando, sobre todo en el área de urgencias. Pero todo fue escalando de tal manera que ya no se garantizaba la seguridad.
Entonces se hizo el llamado a que nos trasladáramos al sur.
Decidimos movernos, pero fue igualmente terrible. No hay un lugar seguro en Gaza: tanto el norte como el sur están siendo atacados por todos lados.
Los ataques son indiscriminados, a toda hora y en cualquier lugar. Yo estaba en un cuarto y escuchaba cómo una bomba caía. Después seguía otra. Más cerca, más cerca, más cerca.
No sabíamos si nosotros íbamos a salir vivos. Sentía la muerte inminente y yo misma me despedí de mi familia para que supieran que aceptaba la responsabilidad de mis acciones, de mi vida. Para decirles que estaba muy feliz con la organización y con lo que he podido hacer.
No hay diferencia entre hombres, mujeres, civiles y no civiles. Todos están siendo tratados de la misma manera. Hay baño de sangre en todas partes.
La gente se movilizaba hacia bodegas de Naciones Unidas, en escuelas… en todo lo que pensaban que podría ser respetado. Pero esas mismas escuelas han sido atacadas. No sabemos qué es seguro allá.
Durante esos 26 días de guerra no hubo un solo momento de felicidad. Es una desesperanza total el saber que están asesinando a las familias de mis compañeros, a la gente con la que yo conviví. No hay un momento de confort.
En cada niño que veía herido o cada vez que escuchaba las noticias, me imaginaba a mi pobre hija que se quedó en casa aquí en México, que tiene una vida por delante y no tiene esa sensación de que va a morir. La pausa humanitaria, el alto el fuego es indispensable y primordial. No puede seguir así.
Sí hay ayuda humanitaria en la zona, pero lo que entra es una gota de agua en un océano. No es para nada suficiente porque son demasiadas las necesidades en Gaza.
No hay agua para beber, no hay comida porque han atacado panaderías y la gente se forma más de 24 horas para tener un poco de pan. No hay cobijas con las que refugiarte, no hay combustible. Las telecomunicaciones fueron afectadas. Es terrible.
Yo no puedo dar un número concreto de cuántas personas han sido asesinadas. Pero sí puedo decir que la familia del conductor con el que conviví fue rescatada de los escombros. O que ayer asesinaron a un compañero de laboratorio.
Para mí, el personal de Salud son héroes. El personal nacional que se ha quedado y trabaja con las personas es indescriptible.
Las capacidades de los hospitales están rebasadas. Hay gente en los pisos, sin cama, cirugías que se hacen en el suelo. No hay anestesia ni medicamentos para aliviar el dolor.
No hay agua y jabón para lavar las heridas. Hay gente que está siendo amputada con un poco de paracetamol. Es terrorífico.
En los campos de refugiados, las condiciones de vida también son terribles. Hay infecciones de vías respiratorias, diarreas. Nosotros mismos experimentamos la falta de sueño, la falta de seguridad. La salud mental en este momento es terrible.
Yo valoré quedarme a apoyar, pero dado que la seguridad no estaba garantizada, MSF decidió retirar al equipo y pausar las actividades.
Quisiera tener solo una pizca de la humanidad que tiene el personal médico local. Saben lo que implica que tú te vayas, pero entienden que perfectamente que tienes que ver a tu familia. Para mí, irme fue muy doloroso y difícil personalmente.
Sin embargo, ya hay otro equipo de MSF listo para entrar en el momento que se pueda, pero para ello tiene que haber respeto a la actividad médica. Están bombardeando hospitales donde yo estuve, han bombardeado ambulancias, han matado pacientes. Eso es una masacre.
MSF hizo la gestión para que su personal pudiera salir. Los días que abren la frontera, te van nombrando y te acercas al paso de Rafah [en la frontera con Egipto, a donde cruzó la semana pasada].
De Egipto no tengo una imagen clara, porque cuando salí de Gaza me encontraba en un momento de shock. Sé que hay muchos camiones que esperan a entrar, vi algunos haciendo fila. Pero no se permite la entrada de ayuda humanitaria a gran escala.
En Egipto pasé tres días junto al equipo de MSF. Yo me trasladé a Barcelona para platicar con el equipo sobre lo que se planea hacer en Gaza y ayer (martes) llegué a Ciudad de México.