La búsqueda de un futuro mejor en Europa tiene para más de 200 inmigrantes una parada en París, que desde finales de julio ha convertido un antiguo colegio en refugio de sudaneses, eritreos, sirios o afganos que esperan una solución de las autoridades.
El consistorio de la ciudad anunció esta semana que transformaría el centro en albergue de acogida y que se encargaría de su gestión, pero el colectivo "La Chapelle en Lutte", principal apoyo de esos inmigrantes, se muestra escéptico ante una promesa que todavía no se ha materializado.
"Somos nosotros los que les estamos acogiendo y ayudando. Hasta que no veamos que el proyecto se pone en marcha, no nos lo creemos", explica a EFE Hervé Ouzzane, uno de los representantes de esa asociación.
La ocupación temporal del antiguo colegio Guillaume-Budé, cerrado hace cuatro años, no se ha encontrado con la oposición de quienes cohabitan con ellos en el XIX distrito de París.
"Muchos vecinos adultos y niños traen comida por la mañana y vienen aquí con la intención de ayudar. Al fin y al cabo, este barrio recibe a gente de todas partes. Es normal y está aceptado", destaca Eduardo, un vecino colombiano del edificio contiguo que lleva 20 años en París.
Entre quienes reciben esa ayuda está un joven sudanés de nombre Ibrahim, que relata en inglés que lleva apenas unas semanas en la ciudad y que, aunque su intención es quedarse en Francia, por el momento solo piensa "en sobrevivir y convivir con todas las personas que estamos aquí".
Las antiguas aulas del colegio han sido habilitadas como espacios de recreo, descanso o para talleres, y la cocina y los baños se utilizan en comunidad.
En una de esas salas cuenta su historia Ahmed Adil, con apenas 20 días en Francia, procedente de Jartum, la capital sudanesa, y expulsado por el Gobierno de su país "por motivos políticos".
"Antes trabajaba en una compañía aérea allí, ahora no puedo volver aunque quiera. Tengo a mis cinco hijos con su madre sin ningún recurso para vivir", asegura a EFE.
Adil lamenta que no se den soluciones "reales" a los inmigrantes a los que no se les proporciona una asistencia sanitaria eficaz ni situación de asilo, más allá de lo procedente de los servicios sociales y organizaciones solidarias.
"Las instituciones realmente no hacen nada, no nos ofrecen ninguna alternativa. Yo estoy enfermo, tengo un tumor y he vivido episodios críticos una vez aquí con mi enfermedad, había problemas a la hora de llamar a una ambulancia", relata.
Dentro del recinto, cada día es un mundo: detrás de los cientos de casos y las dificultades de adaptación social -sobre todo con el idioma-, también hay problemas legales, que afectan tanto al colectivo como a quienes los defienden.
Tras el desmantelamiento el mes pasado del campamento en el que muchos de ellos estaban, situado en la calle Payol, "La Chapelle" se ha visto en muchas ocasiones envuelto en problemas con la policía debido a su activismo.
"Estamos luchando por el cumplimiento de los derechos humanos, ¿eso es delito?", se pregunta Blaise Paquier, de esa organización.
Sus fondos se han unido a la iniciativa de los inmigrantes para montar actividades de diversa temática, un taller de hip-hop, teatro o deportes, así como un espacio de enfermería y atención sanitaria gestionado por voluntarios.
Además hay un espacio destinado especialmente a las mujeres, procedentes de Siria o Libia en su mayoría, que han huido de conflictos y situaciones de extrema pobreza en sus países de origen.
El espacio tiene previsto continuar funcionando y, a la espera de apoyo "real" por parte del Ayuntamiento de la ciudad, por el momento el sustento viene dado por ese colectivo y por todos aquellos que se acercan a conocer su realidad.
Muchos de ellos tienen como destino final Calais, en el norte de Francia y punto de conexión a través del túnel ferroviario de La Mancha con el Reino Unido, atraídos por un mercado laboral y una burocracia vista como más flexible en la demanda de papeles.
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EFE