Algunas cargan a sus espaldas años de maltrato y marginación, otras un bebé fruto de una violación, y otras intentan encaminar la vida que empezaron en las calles de Egipto. Son niñas y a todas les une la asociación egipcia Banati (Mis Niñas), que intenta devolverles lo que la vida les arrebató. En Banati trabajan para rehabilitarlas antes de que vuelvan al lugar donde las recogieron: la calle.
No se trata de un orfanato, sino de una asociación que empezó su trabajo en 2008 y cuyo objetivo es ayudar mediante educación, disciplina y un hogar pensado para niñas de edades entre 2 y 15 años, pero que también acoge a niños.
"No somos acción, somos una reacción a un problema que es el Gobierno quien debe solucionar y que se llama niños de la calle", advierte Abdelsami Munib, director de Banati.
La asociación tiene varios centros por Egipto. Las instalaciones de El Cairo disponen de diferentes habitaciones comunes, guarderías y escuelas. Los niños corretean por un gran jardín en medio del complejo y donde el tobogán y los columpios de un parque ven cómo la vida de estos pequeños adquiere otro sentido.
Munib, en un encuentro con Efe, explica que la asociación acoge a niños "sin hogar y en peligro, niños de la calle y con problemas familiares" a los que se intenta dar un apoyo social, educativo y psicológico, además de un lugar donde vivir.
"Mi madre me ha traído a la asociación porque no quería que yo estuviese tirada en la calle. Viene a verme a veces. Mi padre está con ella, él me pegaba mucho", explica Heba Mohamed, de 14 años, residente temporal en el centro que la asociación tiene en El Cairo.
Detalla, con ilusión, que en Banati se dedica a dibujar, hacer ganchillo y practicar kung-fu, y también a jugar con "sus hermanos", los pequeños de la calle que residen con ella.
"De mayor quiero ser entrenadora profesional de kung-fu y estoy aprendiendo mucho para serlo. Ahora soy cinturón verde", asegura.
Le gusta pasar el día con el resto de niños, pero quiere "volver a vivir con su madre" porque, lamenta, no quiere que la vuelva a abandonar y la necesita.
Banati nació para ayudar a las niñas violadas y maltratadas de las calles del país, pero esas pequeñas llegaban muchas veces a la asociación acompañadas de sus hermanos, sus hijos o algún familiar de corta edad, por eso ahora en las instalaciones hay tanto chicos como chicas.
Un hombre y una mujer, especialistas y con conocimientos sobre este problema, salen casi a diario a reconocer el terreno y a localizar a los pequeños.
A veces se intenta solucionar el problema en la propia calle: hablar con ellos y tratar de convencerles de que vuelvan a su casa; pero en ocasiones, eso resulta imposible, por lo que se toma la decisión de dirigirlos hacia la asociación, localizar a sus familias y encontrar un programa para rehabilitarlos.
"La máxima es que nosotros somos mejor que la calle, y la familia es mejor que nosotros", dice el director. El objetivo es poder fomentar la convivencia de los niños con sus familias, y si no se puede, residir en los centros es la opción "más útil" para ellos.
Heba Ahmed Musalam tiene 20 años. Lleva desde los 8 en Banati. Fue adoptada por una familia que tenía dos hijos varones, pero cuando los padres murieron, sus hermanastros decidieron dejarla en un orfanato del humilde barrio de Imbaba. Entonces tenía 6 años.
"Ellos no querían hacerse cargo de mí. No sé nada de mi familia biológica", relata esta joven, cuyo sueño ahora es ser trabajadora social.
"Es donde me he criado y nadie mejor que yo podrá sentir sus problemas (de los niños abandonados) y entenderlos mejor para ayudarlos", añade.
La asociación atiende a 25 niños al día. Residen en sus instalaciones unos 190 pequeños. En lo que lleva de año, ya han pasado por sus manos más de 1.550 y por sus habitaciones otros 580.
Es difícil establecer un número exacto de los niños que viven en las calles de Egipto. El último dato del Gobierno apunta que su número supera los 16.000, pero Munib está convencido de que la cifra es mucho mayor.
Ahlam Ramzi es profesora de una de las guarderías del centro y cuida de niños y niñas de entre 4 y 7 años.
"Solo intentamos darles la oportunidad que sus familias no han querido o no han podido darles. Sus madres, muchas, son mujeres divorciadas que no pueden hacerse cargo de sus hijos y que también viven en la calle", cuenta Ramzi.
Por su parte, Teresa Wafiq trabaja como profesora dentro de un sistema especial que enseña a los niños a cocinar, lavar, doblar ropa o usar el agua para su propia higiene. Y también Historia y Geografía a través de los sonidos y los dibujos.
"Son niños y niñas con muchos problemas, como la falta de concentración, tristeza, miedo, desconfianza por los situaciones que han visto en su casa o en la calle. Cada niño tiene un historial y un expediente donde se recoge toda su vida", aclara la maestra.
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EFE