Situada en Ventanilla, a unos 90 minutos al norte de Lima, Cavero es una inmensa playa en la que rompen las olas del Pacífico, pero la brisa marina no puede con el olor pesado y mareante que lo envuelve todo.
Han pasado casi dos semanas del derrame, pero las rocas de Playa Cavero siguen coloreadas de un negro pegajoso.
Situada en Ventanilla, a unos 90 minutos al norte de Lima, es una inmensa playa en la que rompen las olas del Pacífico, pero la brisa marina no puede con el olor pesado y mareante que lo envuelve todo.
Huele así desde que algo salió mal el pasado 15 de enero en el proceso de carga de un petrolero en la refinería de La Pampilla, propiedad de la compañía española Repsol, y el contenido de unos 6.000 barriles de crudo acabó en el mar.
Un enjambre de operarios enfundados en monos blancos y botas de pocero lucha armado con palas y carretillas contra el vertido. Pero el crudo se agarra a las piedras y se filtra entre la arena. A cada palada sale más plasta negra.
También aumentan los cuestionamientos sobre el manejo de la crisis por la empresa, que atribuyó lo ocurrido a un episodio de "oleaje anómalo" causado por la erupción de un volcán en la isla de Tonga.
"Después de unos minutos aquí les empezará a doler la cabeza. El crudo es un agente tóxico que puede provocar irritación al contacto con la piel y otros problemas si se inhala", explica la doctora Diana Reque, del Cuerpo General de Paramédicos de Perú, una organización de voluntarios.
Su misión es comprobar que quienes trabajan en la zona cero del vertido siguen las recomendaciones de seguridad y atenderlos si alguno se siente indispuesto.
Reparte botellas de bebida isotónica mientras acarrea dos pesadas mochilas cargadas con equipos de protección individual. De quien no se puede ocupar es de la fauna marina que habita este paraje.
Aquí se llega rodando hacia el norte desde Lima por la carretera Panamericana Norte y otras vías poco y mal asfaltadas. Las lomas peladas de los Andes que dominan el paisaje podrían parecer algún monte lunar si no fuera por las miles de viviendas improvisadas que construyeron en sus laderas miles de inmigrantes del Perú rural. Pocos tuvieron el tiempo, los medios o las ganas para cubrir los ladrillos con los que levantaron sus hogares en esta polvorienta y escarpada franja costera.
En la ruta vendedores ambulantes serpentean entre los autos y busetas atrapados en sus frecuentes atascos ofreciendo botellas de Inca Kola y otros refrigerios. Los más enérgicos logran que sus voces se oigan más que el incesante concierto de cornetas impacientes.
Mientras los limeños de mayor poder adquisitivo suelen pasar los fines de semana en las playas al sur de la capital, Ventanilla ha sido tradicionalmente lugar de descanso habitual de la clase trabajadora.
Playa Cavero, donde al rugido de los autos lo suplantan el canto de las aves marinas y el rumor del oleaje, era un lugar de tregua para ellos.
No está claro que vayan a seguir viniendo ahora que todos los noticieros lo identifican como un lugar tóxico.
El que sí ha venido es Rubén Ramírez, ministro de Ambiente. Ha estado supervisando el trajín de funcionarios, voluntarios y camiones que recorren la playa de arriba a abajo tratando de devolverla a su estado original.
"La playa ha quedado teteada (llena) del material oleoso, pero hemos pedido la actuación del Ejército y de las fuerzas especiales".
"Cuestionamos la respuesta de la empresa. Están haciendo trabajos, sí, pero eso se regía a un plan de contingencia y aparentemente ese plan de contingencia solamente era en papel", le cuenta a BBC Mundo.
La compañía ha prometido reparar el daño causado y hacerse cargo de las labores de limpieza, para lo que ha contratado a muchos de los pescadores que se han visto privados de su sustento por el vertido.
Pero las autoridades admiten que en varias de las playas afectadas los trabajos ni siquiera han comenzado.
No obstante, el ministro Ramírez está satisfecho porque más de 600 marinos militares se han sumado a la labor y ya se han recogido casi 9.500 metros cúbicos de crudo.
"En menos de un mes la playa va a quedar limpia pero la remediación durará mucho tiempo. Aquí hay daño ambiental, moral y económico", pronostica.
Por eso, dice el ministro antes de subirse al vehículo oficial que lo llevará a otras playas afectadas, la República de Perú acudirá a los tribunales internacionales en busca de compensación.
Eso no parece bastarles a los pescadores artesanales del distrito de Pachacútec que llevan días protestando a la entrada de la refinería en la que ocurrió el siniestro. "La empresa se burla de nosotros y el gobierno nos escucha, pero no nos da soluciones", se queja Mercedes Pando.
A su lado, Jhossy Arango, pescadora y madre de dos hijos, denuncia: "Quieren callarnos entregando unos bonos de 500 soles (unos US$130) cada quince días, cuando los pescadores ganamos eso en medio día de trabajo".
Los pescadores les gritan su indignación a los paneles con el logo de Repsol que presiden la entrada a la refinería y a los policías que la custodian. De vez en cuando ondean algunas de las banderas peruanas que portan consigo, pero, salvo el humo de alguna de sus chimeneas, no hay señales de vida al otro lado.
El asunto ha encendido los ánimos de muchos en Perú. El presidente Pedro Castillo llevó como una de sus promesas de campaña poner límites a lo que considera abusos del gran capital extranjero y un desastre natural que involucra a una compañía europea no ha hecho sino acentuar la indignación de los que se consideran agraviados. Castillo no ha dudado en calificarlo como el peor desastre ecológico de la historia reciente del país.
A Eugenio Mercado no le han contratado para limpiar. A sus 70 años presume de llevar los últimos 40 sumergiéndose a pulmón en el Pacífico para capturar con su arpón pericos, yuyos y otros habitantes de sus profundidades. A veces, también se embarca en alguno de los barcos que pescan bonito mar adentro.
"Mi hija quiere que deje de trabajar, pero yo me aburro demasiado en casa", cuenta.
Ahora, la contaminación provocada por el vertido le obliga a hacer lo que siempre quiso evitar: parar.
A Ancón, donde vive Eugenio, también ha llegado el petróleo, el visitante menos deseado en un lugar que se ubica en el espacio protegido del Parque Ecológico Nacional Antonio Raimondi.
Eugenio no quiere opinar sobre la respuesta de Repsol y del gobierno a la tragedia: "No los he oído hablar", dice. Pero hay algo que tiene claro. "Estamos fregados con esto; aquí en Ancón nos han fregado a todos, porque ya no podemos pescar".
Intenta que uno de sus amigos que trabaja en el operativo de limpieza corrobore su queja. Aunque quiere, alguien que parece un superior le recuerda que no debe hablar con la prensa mientras trabaje para Repsol.
Mientras su amigo regresa a su nueva tarea de limpiar la playa en la que antes pescaba, Eugenio expresa un deseo: "Uno ya está viejo, pero ojalá que la empresa y el gobierno ayuden a los jóvenes aquí en Ancón".
"Porque esto no se va a arreglar en unos pocos días".
PURANOTICIA // BBC MUNDO