Amber Scorah es madre primeriza y le ocurrió un hecho que no se lo desearías ni a tu peor enemigo.
La mujer comienza contando de sus meses de post natal en el que se recuperó del parto y donde tuvo cercanía y generó un vinculo con su bebé, el que lo llamó Karl.
A medida que se acercaba el fin de su licencia, evidenciaba su angustia por separarse de su primogénito, que se sentía afortunada porque tuvo más tiempo que muchas mujeres para estar con su hijo, pero aún así no creía que era suficiente.
Luego de buscar junto a su esposo alguna opción viable para extender su periodo libre y poder estar más tiempo junto a Karl, Amber decidió contratar una guardería para dejarlo mientras trabajaba.
El lugar se lo recomendaron varias personas, por lo que se sentía dentro de todo tranquila, pero inquieta por tener que cortar el vínculo por un rato.
Al momento de ir a buscarlo, no podía creer lo que veía. Su hijo " yacía inconsciente sobre un cambiador, con los labios morados. La propietaria intentaba aplicarle reanimación cardiopulmonar, pero lo hacía de manera incorrecta".
De ahí en adelante, la protagonista no paraba de cuestionarse la responsabilidad de lo ocurrido.
"¿Habría muerto si hubiera estado conmigo aquella mañana?" se preguntaba repetidamente Amber.
"Este artículo no es sobre la seguridad en las guarderías. No es una acusación contra la empresa para la que trabajo.(...) El artículo habla de que mi hijo murió a cargo de una extraña cuando debería haber estado conmigo", aclara la madre.
Otras de las reflexiones que postulaba era:
"¿Por qué un padre o una madre deben sacrificar su puesto de trabajo, su capacidad de garantizar una atención sanitaria adecuada —o en el caso de muchos en peor situación que yo, poner comida sobre la mesa— a cambio de cuidar a sus hijos unos meses más allá del punto de vulnerabilidad?"
Termina su relato afirmando que quizás habría muerto igual, pero si no hubiera vuelto a su trabajo, por lo menos estaría bajo su tutela o en sus brazos, lo que la tranquilizaría.