El 10 de febrero de 2013 Joseph Ratzinger, quien acaba de fallecer este sábado a los 95 años, pronunció un discurso en latín que sacudió a la Iglesia católica como no lo había hecho en siglos.
"Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino".
Tenía 86 años y había adoptado el nombre de Benedicto XVI ocho años antes.
Fue la primera renuncia de un Papa desde la Edad Media. Gregorio XII lo había hecho en 1415, 600 años atrás.
¿Fueron los escándalos de pederastia que marcaron su tiempo en el Vaticano? ¿La existencia de un "lobby gay" en el interior de la Iglesia del que habló en el libro-entrevista con el escritor alemán Peter Seewald en 2016? ¿Sus esfuerzos por reformar el Banco Vaticano para combatir el blanqueo de dinero? ¿O una combinación de todos estos factores?
En el libro de 2016, el mismo Ratzinger reveló que destruiría muchas de las notas que tomó durante su papado para que no quede constancia para la Historia de algunos de los conflictos que experimentó en esos ocho años.
En la Historia quedará constancia de que fue uno de los teólogos más sobresalientes de su generación, con una visión del cristianismo que inició en el liberalismo en su juventud y luego se tornó hacia un conservadurismo duro.
Edward Stourton, un experto del catolicismo de la BBC, lo describió como "un conservador en el sentido más profundo de la palabra, alguien que cree que la tradición refleja verdades importantes y debe ser respetada".
En su época al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, algunos de los sobrenombres con que lo apodaron reflejan su férreo compromiso con la ortodoxia: se lo conocía como el "rottweiler de Dios" o el "cardenal Panzer".
Cuando renunció a su papado, L'Osservatore Romano -el diario del Vaticano- lo despidió como un "pastor rodeado de lobos".
Joseph Aloisius Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl, una villa del sureste de Alemania cercana a la frontera con Austria.
Aquellos eran tiempos difíciles para los alemanes, que intentaban levantarse después de la Primera Guerra Mundial.
"Nuestra vida en Marktl fue dura, era una época con altos niveles de desempleo. La reconstrucción que Alemania debió hacer después de la guerra fue una gran carga para su economía. Los conflictos entre los partidos políticos hicieron que el pueblo se enfrentara", escribió Ratzinger en una autobiografía titulada "Mi vida".
Creció en el seno de una familia profundamente católica, conformada por su padre, Joseph Ratzinger, un agente de policía, su madre Maria Rieger, ama de casa, y sus hermanos Georg y Maria.
Es por ello que desde niño siempre estuvo relacionado con la parroquia local y las fiestas cristianas. "Siempre di gracias de que mi vida estuviera ligada a la celebración de la Pascua", decía.
Sus vecinos en Aschau -donde Ratzinger dijo que vivió muy feliz- decían que eran una familia común, con niños muy simpáticos y atentos.
"Ellos fueron una parábola viviente para nosotros. Heredamos esta forma de vida de nuestros padres, y la vida parroquial de nuestro pueblo nos hizo entender que esto era lo único posible", decía su hermano Georg.
Los tiempos de aquella Alemania, sin embargo, los pusieron a prueba. Adolf Hitler asumió el poder y su padre, siendo un policía, estaba obligado a colaborar con el nazismo.
Para evitar esto, la familia se mudó a Traunstein en 1937.
Pero eso no libró al joven Ratzinger, de 16 años, de pertenecer obligatoriamente entre 1943 y 1944 al Hitlerjugend, las famosas "juventudes hitlerianas" del Partido Nacionalsocialista.
De hecho, Ratzinger fue capturado en combate en 1945, al final de la guerra.
La experiencia de la guerra no apartó a Ratzinger de la Iglesia, aunque vio interrumpidos sus estudios de teología en el seminario St. Michael, en Warzburgo, durante algunos meses.
"Puede parecer extraño, pero la oscuridad de ese período de la Historia, y la guerra, no oscurecieron la luz interna en mí, gracias al poder del conocimiento. Las clases de latín y de griego me llenaban de alegría. Fue el momento en el que descubrí la literatura y leí a Goethe con tanto placer", recordaba Ratzinger en sus memorias.
Era un joven reservado. Eso sí, muy inteligente, pero amante de la vida silenciosa, un carácter que preservaría el resto de su vida.
"Durante esos años, la vida en el internado era feliz, como solo puede ser en la niñez. Pude acostumbrarme a las normas del seminario e incluso sentí placer en sentirme como los demás. Para poder hacerlo, debí abandonar mi estilo de vida solitario y establecer contacto con los otros jóvenes".
Su hermano Georg también siguió los pasos al sacerdocio y ambos fueron ordenados en 1951, en una ceremonia en la ciudad de Frisinga que, recuerda Ratzinger, lo marcó para siempre.
"Algo ocurrió durante la sacramentación sacerdotal, lo que para mí fue una señal. Un ave entró volando a la catedral, se posó sobre el altar y comenzó a cantar. No soy supersticioso, pero de algún modo, eso significó que las cosas debían ser de esa manera".
Más que los tiempos convulsos de la guerra, lo que marcó la vida del joven sacerdote Joseph Ratzinger fueron los movimientos liberales juveniles de la década de 1960.
En todo el mundo, pero en particular en Europa, diversos movimientos cuestionaban las formas tradicionales y autoritarias que regían al mundo. La Iglesia católica no escapaba a los señalamientos.
Para un teólogo tan estudioso como Ratzinger, esto significó un cuestionamiento de las bases de una fe milenaria y extendida por el mundo que él debía defender ante cualquier amenaza.
Fue un asesor del arzobispo de Colonia, Josef Frings, un reformista que asistió el Concilio Vaticano II de 1962, en el que la Iglesia católica reformuló sus definiciones ante el mundo moderno. Este trabajo lo llevó a destacarse rápidamente.
Pero luego, cuando Ratzinger dio clases en la Universidad de Tubingen, se enfrentó al espíritu juvenil de la época, que clamaba por cambios sociales profundos.
El profesor Ratzinger, como alemán que creció en la década de 1930, entendió muy bien lo que podía hacer un régimen totalitario. Y vio un nuevo totalitarismo de izquierda en la década de 1960.
"Para él, el marxismo y el liberalismo penetraban la pureza y la concepción de los dogmas en la fe católica", explica a BBC Mundo el sociólogo Bernardo Barranco.
"A partir de 1968 algo pasó con Joseph Ratzinger y dio un giro conservador y se convirtió no solamente en un antiprogresista, sino en un persona que defendía el dogma y la religión de manera muy ortodoxa, muy fuerte", sostiene.
A pesar de ser un joven reservado, la palabra era un arma a la que Ratzinger le sacó provecho. Sus sermones fueron muy populares, incluso eran grabados y distribuidos en Alemania. Llenaba las iglesias alemanas en las que hablaba.
Su trabajo sacerdotal, y su filosofía reflejada en el Concilio Vaticano II, fueron claves en su carrera.
Fue nombrado arzobispo de Múnich y Frisinga en 1977, y poco después cardenal, este último el más alto título que puede conceder un Papa a uno de sus siervos.
Juan Pablo II lo llamó 5 años después a Roma para asumir la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ala de la Iglesia encargada de vigilar la ortodoxia del catolicismo (lo que en el mundo antiguo fue la Santa Inquisición).
Un teólogo que personificaba la Iglesia más tradicional se convirtió en el contrapeso que el Papa requería ante posturas como las de la teología de la liberación, o el modernismo de la Compañía de Jesús.
Por un lado, consideraba cualquier alternativa a los roles de género tradicionales como "una violación del orden natural" y dijo que anticoncepción era una de las muchas tendencias que contribuyen a una "ruptura en la moralidad sexual".
Pero también promovía la compasión cristiana, la protección del medio ambiente y la lucha contra la pobreza y la injusticia.
La tarea de mantener los dogmas, en un mundo que clamaba por cambios, es considerado por expertos del catolicismo como un punto de inflexión de la Iglesia, en el que el catolicismo comienza a perder su antiquísima influencia en regiones como América Latina.
Esto se vería reflejado incluso en su papado, explica Barranco: "Gran parte de la crisis del catolicismo en América Latina se debe a esta postura represiva por parte de Benedicto XVI, hacia todo lo que era teología de la liberación".
Como uno de los más cercanos a Juan Pablo II, el cardenal Ratzinger se convirtió en uno de los favoritos para sucederlo, pese a que él no deseaba serlo.
"Si Juan Pablo II no hubiera sido papa, habría sido una estrella de cine; si Benedicto no hubiera sido papa, habría sido profesor universitario", escribió el experto en el Vaticano John L. Allen.
Tras la muerte del Papa en 2005, el cónclave para elegir al sucesor de San Pedro fue rápido. El 19 de abril de aquel año Ratzinger, de 78 años, asumió el liderazgo de más de 1.300 millones de católicos como Benedicto XVI.
"Oré para que Dios lo eximiera de esta obligación", decía su hermano, el sacerdote Georg Ratzinger. "Cuando supe que lo habían elegido, me quedé sorprendido, porque, a diferencia de mucha gente, yo no solo veo el atractivo superficial, sino también la gran responsabilidad que implica este cargo".
Esas palabras, pronunciadas poco después de la elección de Benedicto XVI, bien podrían haber reflejado lo que vendría para el nuevo pontífice.
Su papado no solo reflejó el conservadurismo que predicaba en las ideas desde hacía décadas, sino también en las formas, pues Benedicto XVI revivió el uso de vestimentas de siglos pasados, así como un eurocentrismo de la alta jerarquía eclesiástica.
A diferencia de su predecesor, "el Papa viajero", y como reflejo de su carácter reservado, Benedicto XVI optó por encabezar solo las giras más esenciales, incluidas las visitas a Brasil, Cuba y México.
Pero una de las cosas que más marcaron su papado fueron la explosión de casos de pederastia en la Iglesia. Un problema que desde años anteriores tuvo en las manos y eludió condenar.
"Siendo prefecto tenía la postura del papa Juan Pablo II que en repetidas ocasiones dijo que eran infundios contra la Iglesia", dice Barranco.
Pero las denuncias de pederastia fueron tantas y tan fuertes, como por ejemplo las ocurridas al seno de la congregación de los Legionarios de Cristo, que tuvo que poner la cara y hablar de perdón.
Apuntó directamente al "pecado dentro de la Iglesia".
Se reunió y emitió una disculpa sin precedentes a las víctimas, dejó en claro que los obispos deben denunciar los casos e introdujo reglas para expulsar a los sacerdotes abusadores.
Por su mando separó a unos 400 sacerdotes de la Iglesia, pero a otros acusados simplemente los reubicó en parroquias diferentes, lo cual es señalado como parte importante de un esfuerzo de encubrimiento desde el Vaticano.
Esto y el enfrentar otros escándalos más, como los malos manejos financieros revelados en filtraciones de documentos de su oficina, los excesos de algunos altos prelados y hasta el llamado "lobby gay" de la curia, minaron su misión papal.
Con su decisión de 2013, la Iglesia católica se cimbró como pocas veces y las respuestas no cubrían el aluvión de preguntas y cuestionamientos que se avecinaron sobre el porqué de su renuncia.
Muchos se preguntaron si había sido una buen elección: "Este hombre era, ante todo, un teólogo académico, un tranquilo introvertido que se sentía más cómodo en los seminarios universitarios que en la gestión de la institución que dicta gran parte de las creencias y prácticas de los más de 1.000 millones de católicos romanos del mundo", dice el experto vaticanista Mark Dowd.
"Carecía de la energía y el enfoque para una reforma de raíz de los diversos ministerios del Vaticano que habrían hecho que las acciones de los obispos y sacerdotes fueran transparentes y verdaderamente responsables, una tarea enorme para cualquier hombre, y mucho más para un académico envejecido".
Pero sí hizo historia al pedir perdón. Además, escribió tres encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor: "En Caritas in Veritate , levantó no pocas cejas al hablar de la inmensa naturaleza espiritual del amor humano", sostiene Dowd.
Pero la paz que buscaba para concluir su vida no se dio de inmediato, pues planteaba el dilema de una nueva elección papal y la existencia de dos pontífices en vida, era el principio de una nueva realidad para Joseph Ratzinger.
Poco después de su renuncia en 2013, el Vaticano informó que Benedicto XVI sería un Papa emérito y que se retiraría a una vida de reflexión en una residencia vaticana.
La convivencia de "dos papas" fue tan inusual que la historia, ficcionada, llegó a Netflix en una película dirigida por Fernando Meirelles, con Antony Hopkins en el rol de Ratzinger y Jonathan Pryce como Jorge Bergoglio.
Bergoglio, obispo de Buenos Aires, se convirtió en el papa Francisco tras la renuncia de Benedicto XVI. El primer papa latinoamericano y también el primer jesuita en llegar al papado.
Y aunque la conviencia de ambos fue muy respetuosa no estuvo excenta de polémicas, como cuando Ratzinger escribió un libro junto al cardenal guineano Robert Sarah en defensa del celibato clerical, en un contexto en el que el papa Francisco consideraba levantar el veto para que algunos hombres casados puedan ser sacerdotes.
Curiosamente, en julio de 2022, el papa Francisco no descartó que él también podría renunciar si sintiera que, debido a su salud, no estaba en condiciones de ejercer el papado.
"No es una catástrofe cambiar de Papa, no es un tabú", le dijo a los periodistas desde una silla de ruedas en el avión que lo trasladó desde el territorio ártico de Canadá a Roma.
Tenía en ese momento 85 años, uno menos que Joseph Ratzinger cuando decidió hacer algo que no había ocurrido en seis siglos.
PURANOTICIA / BBC MUNDO