Cuando empezó invasión, los primeros pensamientos de Olga Lopatkina fueron para sus seis hijos adoptivos que estaban de visita en la costa, a 100 km de su casa, en una casa municipal de vacaciones cerca del mar.
Cuando Rusia invadió Ucrania, el estallido de la guerra provocó la separación de unos padres de seis de sus hijos adoptivos. Y al enterarse de que se estaban produciendo adopciones forzadas en Rusia, temieron que nunca volverían a encontrarse.
Cuando empezó invasión, los primeros pensamientos de Olga Lopatkina fueron para sus seis hijos adoptivos que estaban de visita en la costa, a 100 km de su casa, en una casa municipal de vacaciones cerca del mar.
Rápidamentese volvió demasiado peligroso ir a recoger a los niños, dados los fuertes bombardeos en las ciudades a lo largo de la ruta desde su casa hasta donde estaban.
Olga se enfrentó a una elección imposible: enviar a su esposo Denis en un peligroso viaje para rescatarlos o dejar a los niños en Mariúpol, donde habían ido a descansar.
En ese momento, la ciudad todavía parecía relativamente segura.
"Comenzamos a entrar en pánico y no sabíamos cuál era la mejor decisión", dice ella.
La destrucción completa de Mariúpol se convertiría más tarde en sinónimo del bombardeo masivo de ciudades llevado a cabo por Rusia para someterlas.
La brutal realidad de la guerra llegó a casa después de solo dos días, cuando Olga se encontró con refugiados del este.
Se sorprendió al ver lo rápido que se había deteriorado la vida normal.
Como muchas personas en Ucrania, Olga asumió que la guerra terminaría en unos días o semanas, y esperaba que las autoridades ucranianas evacuaran a los niños a un área segura.
Pronto quedó claro que el conflicto se estaba intensificando y que los niños estaban en una posición extremadamente vulnerable.
Si no los mataba una explosión, le preocupaba su futuro bajo el control ruso.
Empezaron a surgir informes sobre el traslado de civiles, tanto adultos como niños, a Rusia.
Moscú llamó a estas transferencias "evacuaciones", mientras que Ucrania las calificó de deportaciones forzosas, una reminiscencia de las prácticas vistas bajo el gobierno de Joseph Stalin en la década de 1940.
La pareja comenzó a adoptar en 2016.
Para febrero de este año, cuando comenzó la guerra, tenían siete hijos adoptados de entre 6 y 17 años.
Esto se sumaba a sus dos hijos biológicos.
Olga trabajaba como profesora de música para niños y Denis como minero.
Su vida era feliz y plena. Pero a principios de marzo, la familia estaba fragmentada y asustada.
Se cortó la electricidad en el lugar donde estaban los niños debido a los bombardeos, y ya no podían cargar sus teléfonos, lo que significaba que no podían comunicarse.
En su propia casa, en la ciudad oriental de Vuhledar, los Lopatkin también se refugiaron en su sótano a medida que la guerra se acercaba.
"Nos bombardearon y bombardearon por todas partes, da miedo", dice Olga.
Decidieron conducir hasta Zaporizhzhia, donde sabían que algunas personas de Mariúpol estaban siendo evacuadas, con la esperanza de que las autoridades ucranianas se encargaran de llevar a los niños allí también.
Pero la ciudad no era segura.
Sin señales de los niños, la familia decidió irse más al oeste, a Leópolis.
Allí, surgió un nuevo problema: la preocupación de que Denis fuera reclutado por el ejército y llamado a filas.
De mala gana, decidieron huir de Ucrania.
Menos de dos semanas después de que comenzara la guerra, Olga, Denis y los tres hijos que les quedaban se habían convertido en refugiados.
Pero Olga dice que nunca perdió la esperanza de recuperar a los niños.
La familia estaba en Alemania, decidiendo dónde mudarse, cuando volvieron a saber de los niños.
Habían sido trasladados a una parte de la región de Donetsk controlada por separatistas prorrusos, donde fueron internados en un hospital para tuberculosos.
Los servicios sociales les dijeron a los niños que habían sido abandonados.
El hijo mayor, Timofey, de 17 años, pudo cargar su teléfono y enviarle un mensaje de texto a Olga.
Dijo que le habían ofrecido la oportunidad de irse solo, pero la rechazó para cuidar a sus hermanos y estaba enojado porque ella se había ido de Ucrania.
"Entendí que no podían venir a buscarnos a Mariúpol, pero que se hubieran ido al extranjero realmente me dolió", dice.
Sintiéndose impotente, Olga siguió publicando en las redes sociales pidiendo ayuda e información sobre sus hijos, pero en su mayoría recibió abusos.
Muchos la acusaron de no esforzarse lo suficiente para rescatar a los niños y la criticaron aún más por abandonar Ucrania.
Las acusaciones y sugerencias de que había abandonado a sus hijos la hirieron profundamente.
Habló con los medios internacionales para reiterar su mensaje.
"Intenté por todos los medios dar a conocer nuestra situación, con la esperanza de que alguien escuchara y pudiera ayudar", dice.
Mientras tanto, la pareja tenía que decidir dónde establecerse en Europa.
Eligieron la pequeña ciudad de Loue, en el noroeste de Francia, donde empezaron una nueva vida, con trabajos y una casa subvencionada por la Cruz Roja, lo suficientemente grande para todos los niños.
El alcalde de la ciudad invitó a 10 familias de refugiados ucranianos a asentarse, con ventajas para las familias con hijos adoptivos.
A principios de abril, Olga y Timofey establecieron la rutina de hablar por teléfono la mayoría de las noches, lo que ayudó a reparar la relación.
Era cuestión de esperar y desear que los servicios sociales de Donetsk accedieran a liberar a los niños, algo que finalmente sucedió.
Pero no fue tan sencillo. Solo se los darían a su tutora legal: Olga.
Y además tendría que volver al lugar del que acababa de huir.
"¿Era una refugiada que huyó de la Federación Rusa y ahora iría a la Federación Rusa?", pensó.
Durante un tiempo, parecía que estaban en un callejón sin salida.
Los servicios sociales de Donetsk exigían a Olga que enviara los certificados de nacimiento de los niños para probar su identidad, pero le preocupaba que este trámite en realidad condujera a que fueran puestos en adopción otra vez.
Este miedo tenía una base real. La televisión rusa transmite regularmente informes optimistas sobre la "evacuación" de civiles de las regiones "liberadas" de Ucrania.
Por su parte, Kiev dice que las deportaciones son forzosas y en el caso de los niños huérfanos equivale a un secuestro.
En mayo, el presidente Putin emitió un decreto que "simplifica" la emisión de documentos rusos a los niños de Ucrania.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania protestó, calificándolo de violación de la Convención de derechos humanos de Ginebra.
A principios de este mes, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, dijo que hasta dos millones de ucranianos habían sido deportados a la fuerza a Rusia, entre ellos, cientos de miles de niños.
Entonces sucedió algo inesperado. Apareció un rayo de esperanza.
En junio, Olga recibió una llamada telefónica. Había alguien en Donetsk que podía llevar a sus hijos a Europa occidental.
Tatyana, una voluntaria con experiencia en Donetsk que había trabajado con niños huérfanos y madres vulnerables durante muchos años, tenía una relación laboral con las autoridades y estaba dispuesta a ayudar.
Olga y Denis entregaron los documentos de los niños a Tatyana junto con un formulario de liberación, convirtiéndola en su tutora legal temporal.
Tuvieron que hacer un acto de fe, pero Olga dice que se sintió bien.
El proceso tampoco fue sencillo esta vez.
Hasta el último momento no supieron que el papeleo había terminado y que pronto volverían a estar juntos.
Tatyana viajó con los niños a Rusia, luego a Letonia y Alemania.
Cada cruce fronterizo era estresante.
"Todos tienen apellidos diferentes, el original del formulario de liberación estaba en francés, tuve que explicar nuestra situación una y otra vez a innumerables guardias fronterizos", dice Tatyana.
Llevó a los niños hasta Berlín, donde se los entregó a Denis, quien los llevó a su nuevo hogar en Loue, Francia.
El reencuentro familiar después de cuatro meses de incertidumbre y ansiedad fue excepcionalmente emotivo.
Las lágrimas se mezclaron con la risa cuando Denis primero y luego Olga abrazaron a sus hijos aún sin creer que los estaban viendo de verdad.
Olga siguió abrazando a los niños, diciendo: "¡Déjame mirarte, déjame mirarte! ¡Creciste tanto, no te he visto en tanto tiempo!".
Timofey se abstuvo de mostrar demasiadas emociones: "Estoy muy contento de que todo haya salido bien, pero también soy mayor, así que no muestro lo feliz que estoy. Me alegro de que estemos todos juntos de nuevo y cumplí mi palabra y traje a los niños hasta mis padres".
Olga estará eternamente agradecida con la mujer que nunca conoció y describe como "nuestra heroína".
En los planes inmediatos de la familia están unas merecidas vacaciones.
Olga espera ir a Portugal.
"Nunca he visto el océano", dice ella.
"Por supuesto, vamos todos juntos. No los perderé de vista otra vez", se ríe.
(Imágenes: Vladimir Pirozhkov)
PURANOTICIA // BBC MUNDO