"No paraban de llorar", recuerda. "Su madre ya había muerto. Lo único que querían era a su papá. Yo era lo único que tenían".
José Luis Martínez todavía recuerda los gritos de sus tres hijas después de que los agentes de la Patrulla Fronteriza de EE.UU. se las llevaran. A él lo enviaron a un centro de detención.
"No paraban de llorar", recuerda. "Su madre ya había muerto. Lo único que querían era a su papá. Yo era lo único que tenían".
Era poco después de la medianoche del 2 de noviembre de 2018. Martínez y sus hijas habían recorrido más de 3.200 kilómetros en autobús desde su país de origen, Honduras, en un viaje de 15 días hasta la frontera de México con Texas, EE.UU., país en el que pensaban pedir asilo.
Las niñas tenían entonces 10, 12 y 14 años.
Durante un mes, Martínez preguntó una y otra vez a los agentes estadounidenses cuándo podría volver a ver a sus hijas. Nunca obtuvo respuestas.
El gobierno eventualmente deportó a Martínez a Honduras, alegando que cruzó a EE.UU. de forma indocumentada.
Pasaron casi cuatro años para que finalmente pudiera reencontrarse con sus hijas en EE.UU., donde vivían con su abuela paterna y su tía.
"Me llamaban y decían 'Papi, papi, ¿por qué no has vuelto?'. Y tuve que decirles que me deportaron", le dijo Martínez a la BBC. "Fue muy duro".
Para Martínez, el viaje para reencontrarse con sus hijas, que ahora tienen 14, 16 y 18 años, ha resultado agridulce.
"Estaba contento por saber que podía estar allá y que al menos podía empezar a ayudarlas desde el momento en que llegara, pero también fue muy doloroso por todo lo que sufrimos", afirma.
Para sus hijas, la noticia de que volverían a ver a su padre les daba alegría pura e incontenible, según su exabogada, Anilu Chadwick.
"Comenzaron a llorar y gritar. Yo también quería gritar", relató.
Martínez y sus hijas ahora viven con su madre y con su hermana en Nueva York. Dijo que sueña con algún día construir una casa para todos en Honduras y que puedan tener un lugar para estar juntos en su país natal.
Con 54 años, y después de cuatro lejos de sus hijas, el carácter amable y amoroso no ha cambiado. Pero el dolor de su tiempo separados ha dejado una marca indeleble, asegura.
"Es incurable. Nunca va a desaparecer. Permanecerá en los corazones de cada uno de ellas".
PURANOTICIA // BBC MUNDO