Miércoles 31 de enero de 2024 20:10
El precio de la “isla de la paz”: Por qué Ecuador no estaba preparado para la brutal escalada de violencia
La fuga de Adolfo Macías Villamar, alias “Fito”, de la Penitenciaría del Litoral, en Guayaquil, fue solo el inicio de la pesadilla.
La fuga de Adolfo Macías Villamar, alias “Fito”, de la Penitenciaría del Litoral, en Guayaquil, fue solo el inicio de la pesadilla.
Dos días después del escape del líder de “Los Choneros”, una de las bandas criminales más peligrosas de Ecuador, comenzó una jornada que el país no olvidará fácilmente.
El 9 de enero, grupos armados detonaron explosivos en distintas ciudades del país, tomaron como rehenes a 178 agentes penitenciarios de siete cárceles e irrumpieron en el canal de televisión TC durante un programa en vivo.
La misma jornada de horror sirvió para que huyera de la cárcel Fabricio Colón Pico, miembro de la banda criminal “Los Lobos”, acusado por la Fiscalía General de estar detrás del asesinato del excandidato presidencial Fernando Villavicencio.
El pánico sembrado en las calles hizo que muchos recordaran los peores momentos de violencia de los últimos años, como las masivas masacres carcelarias entre grupos delictivos rivales de 2021 y la seguidilla de asesinatos políticos ocurridos el año pasado, incluida la muerte de Villavicencio.
Pese a todos los esfuerzos por encontrarlo, “Fito” -quien pagaba una condena de 34 años por delincuencia organizada, narcotráfico y asesinato- aún sigue prófugo y se ha transformado en el rostro del poder que tiene el crimen organizado en el país.
Ante la última escalada de violencia, el presidente Daniel Noboa, que apenas llevaba siete semanas en el cargo, tomó la inédita decisión de declarar la existencia de un "conflicto armado interno" e identificar como “terroristas” a 22 organizaciones delictivas.
“Estamos luchando todos los días para no convertirnos en un narco-Estado”, dijo el presidente en una entrevista exclusiva con la BBC.
Noboa, quien junto a los demás candidatos a la presidencia tuvo que hacer campaña con chaleco antibalas luego que mataran a tiros a Villavicencio, declaró abiertamente una “guerra contra el terrorismo” y sacó los militares a las calles.
Su gobierno intenta implementar el llamado “Plan Fénix”, que incluye entre sus objetivos la creación de una nueva unidad de inteligencia, el suministro de armas tácticas para las fuerzas de seguridad, la construcción de dos megacárceles y el reforzamiento de las medidas de seguridad en puertos y aeropuertos, sitios clave para que el ingreso y salida de estupefacientes.
Drogas que las redes delictivas ingresan desde Colombia con el objetivo de acopiar, distribuir y exportar hacia el resto del mundo.
Con unos 18 millones de habitantes y ubicado estratégicamente entre dos grandes productores de cocaína, Perú y Colombia, Ecuador se ha convertido en los últimos años en una plataforma internacional del delito donde los poderes del Estado no parecen estar preparados para mantener el orden, independiente de cuál sea el presidente de turno.
Esta falta de preparación se revela cada vez que hay un motín carcelario o una ola de asesinatos, en donde la primera respuesta es decretar estados de excepción -tanto a nivel provincial como nacional- que no logran revertir la situación de violencia.
A esto se suma la dificultad del Estado para recuperar el control de las cárceles luego de cada masacre de presos o toma de guardias penitenciarios como rehenes.
También, los pocos resultados obtenidos por los gobiernos en temas esenciales para el país como asegurar las fronteras, sacar las armas de las calles y evitar que entren en las prisiones, proteger a funcionarios políticos y judiciales del sicariato, y combatir el lavado de dinero que hace redituable tanta inseguridad.
“Ecuador no tiene una política de seguridad”
En los últimos años, mafias transnacionales desembarcaron en su territorio y se aliaron con las bandas locales, terminando con la idea de esa “isla de paz” que era el país en relación con sus vecinos, que por décadas formó parte del imaginario colectivo.
Convertida la costa del país en un centro logístico del crimen organizado internacional y la ciudad portuaria de Guayaquil en el epicentro del narcotráfico, el país ha visto el progresivo desembarco de una infinidad de carteles de la droga que se disputan el territorio, como la mafia albanesa, la 'Ndrangheta italiana o los carteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, aliados con las bandas locales.
Frente a ese nivel de enemigos, Ecuador, un país petrolero empobrecido al que se le dificulta el acceso a los mercados de crédito debido a su deuda pública y un déficit fiscal asfixiantes, tiene un estrecho margen de acción.
Esta situación económica repercute fronteras adentro, por ejemplo, en las pocas oportunidades que puede ofrecer a los miles de jóvenes que no consiguen trabajo y terminan reclutados por los carteles.
“Son el principal empleador del país”, dice Fernando Carrión, profesor emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, especializado en temas de seguridad.
Muchos se preguntan por qué Ecuador no estaba ni está preparado para combatir la brutal escalada de violencia de los últimos años y cómo el país llegó a un punto en que el Estado parece tener las manos atadas frente al poder del narcotráfico.
“El problema es que el Ecuador no tiene una política de seguridad”, argumenta Carrión en diálogo con BBC Mundo.
Y para eso, no solo se necesita dinero (al menos US$1.000 millones por lo bajo, según el gobierno), sino también, según el presidente, la colaboración de otros países como Colombia y Estados Unidos.
Si no se hace nada, señalan los expertos, es muy probable que los niveles de violencia sigan aumentando.
Durante la época que gobernó Rafael Correa el país (2007-2017), la tasa de homicidios bajó radicalmente. Algunos lo atribuyen al éxito de su política de seguridad y otros a los acuerdos que hizo con algunos de los grupos delictivos.
Los presidentes que le sucedieron en el cargo a partir de 2017, Lenín Moreno y Guillermo Lasso, estuvieron al mando de un país donde la violencia del crimen organizado se disparó como nunca antes en la historia del país.
En los últimos siete años, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes escaló a una velocidad nunca antes vista en el país: de 5 a 46.
“Con la decisión de reducir el Estado, se desarticuló todo el aparataje institucional de seguridad porque era costoso”, dice Carla Álvarez, docente investigadora del Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ecuador, en diálogo con BBC Mundo.
En pocos años Ecuador se ha convertido en un infierno, agrega, porque “desmantelaron y desfinanciaron el modelo de seguridad”.
Debido a ese giro en la manera de enfrentar el problema, afirma, “Ecuador se ha convertido en un narco-Estado”.